Ayer tocó tarde de cine y la elección estaba clara: 'Drácula. La leyenda jamás contada' era nuestra favorita. La película cuenta el origen de uno de los personajes de ficción más conocidos (y versionados) a lo largo de la historia: Vlad el Empalador, o lo que es lo mismo, Drácula.
El encargado esta vez de ponerle rostro es un actor cuya carrera crece rápidamente, el galés Luke Evans, al que ya hemos visto en otras producciones como 'El Hobbit' o 'Fast and Furious 6'. Evans es lo mejor de la película (sin menospreciar la corta pero intensa aparición de Charles Dance - o lo que es lo mismo, Tywin Lannister-) y, sin duda, el reclamo perfecto para una superproducción de Hollywood cuya historia no aporta nada pero que se cuenta y realiza a la perfección.
La trama, que cuenta como el Príncipe Vlad entra en guerra con los turcos por no atender una petición del sultán Mehmed II (Dominic Cooper), no aporta nada nuevo a la ya archiconocida historia de Drácula. Y es que, tal vez uno de sus puntos fuertes sea ver en pantalla grande como Vlad se convierte en ese ser diabólico temido por todos. Pero ni siquiera es una adaptación que pueda compararse a otras como el 'Drácula' de Coppola. La película engancha, nada más. No se convertirá en vuestra favorita.
Técnicamente, no defrauda. Los efectos especiales son simplemente espectaculares, más en la línea de un superhéroe de la Marvel que de un príncipe transilvano, pero consiguen entretener y asombrar el espectador de una forma fantástica. Otro de los puntos fuertes de la película es su fotografía y banda sonora, lo que nos permite viajar a través de los paisajes espectaculares del por entonces imperio Otomano.
A destacar también las apariciones de Sarah Gadon (Mirena) y Art Parkinson (Ingeras o, Rickon Stark en 'Juego de Tronos'), ejes centrales de esta historia y de la transformación de Vlad en Drácula. Personajes bien construidos, que cumplen a la perfección, pero que, como la historia, no aportan nada nuevo (bueno sí, que Drácula tenía un hijo por el que lo daría todo, incluso su propia vida).
El final de esta película tampoco sorprende pero deja al espectador con ganas de más, algo cada vez más difícil para la industria. Y con un "que empiece el juego" en la época actual (y en Nueva York) que nos hace preguntarnos: "¿habrá segunda parte?".
La trama, que cuenta como el Príncipe Vlad entra en guerra con los turcos por no atender una petición del sultán Mehmed II (Dominic Cooper), no aporta nada nuevo a la ya archiconocida historia de Drácula. Y es que, tal vez uno de sus puntos fuertes sea ver en pantalla grande como Vlad se convierte en ese ser diabólico temido por todos. Pero ni siquiera es una adaptación que pueda compararse a otras como el 'Drácula' de Coppola. La película engancha, nada más. No se convertirá en vuestra favorita.
Técnicamente, no defrauda. Los efectos especiales son simplemente espectaculares, más en la línea de un superhéroe de la Marvel que de un príncipe transilvano, pero consiguen entretener y asombrar el espectador de una forma fantástica. Otro de los puntos fuertes de la película es su fotografía y banda sonora, lo que nos permite viajar a través de los paisajes espectaculares del por entonces imperio Otomano.
A destacar también las apariciones de Sarah Gadon (Mirena) y Art Parkinson (Ingeras o, Rickon Stark en 'Juego de Tronos'), ejes centrales de esta historia y de la transformación de Vlad en Drácula. Personajes bien construidos, que cumplen a la perfección, pero que, como la historia, no aportan nada nuevo (bueno sí, que Drácula tenía un hijo por el que lo daría todo, incluso su propia vida).
El final de esta película tampoco sorprende pero deja al espectador con ganas de más, algo cada vez más difícil para la industria. Y con un "que empiece el juego" en la época actual (y en Nueva York) que nos hace preguntarnos: "¿habrá segunda parte?".
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