viernes, 27 de diciembre de 2013

El Hobbit: La desolación de Smaug

Una "no adaptación" con sabor agridulce


Bilbo Bolsón en el Bosque Negro.

Sin palabras. Así te deja Peter Jackson después de ver su obra. Claro que eso de 'no words' puede suponer algo bueno o malo, y ahí radica mi explicación.

'El Hobbit: La desolación de Smaug' comienza justo donde lo dejamos en la anterior entrega, con un principio mucho menos pausado y que casi recupera el espíritu al que su director nos tenia acostumbrados con la trilogía de 'El señor de los anillos'. Jackson intenta rememorar en cada escena ese cine de aventuras que tanto le gusta pero que, en ocasiones, resulta del todo innecesario si tenemos en cuenta como se está alargando esta historia.

El primer problema al que se enfrenta el cineasta es el hecho de tener que hacer tres películas de un cuento breve que podría resumirse en menos de dos horas de montaje. Y es que, exigencias de guión aparte, es demasiado obvio el 'hambre' con el que se ha alargado una narración que apenas necesita de explicaciones. Por eso lo de 'no adaptación' del subtitulo.

Visualmente, Peter Jackson y su equipo vuelve a demostrar que saben lo que hacen y que no existe lugar mejor que Nueva Zelanda para representar un mundo imaginado hace más de 70 años por J.R.R.Tolkien. Los efectos visuales, salvo alguna escena en exceso realista, casi toman el control de esta obra maestra del diseño, que sí se remata con unos personajes sellados estelarmente.


Thorin y su compañía de enanos.

Los personajes son plasmados de una forma mágica y son ellos los que llevan el peso de un relato excesivamente largo para mi gusto. La interpretación de Sir Ian McKellen (Gandalf) vuelve a ser simplemente magistral y es que, para los fans del libro, no existe mejor 'mago gris' para ninguna de las películas de Jackson.

Además, tras la presentación de enano tras enano, debemos destacar las interpretaciones tanto de Martin Freeman (Bilbo Bolsón) como de Richard Armitage (Thorin, Escudo de Roble). Ambos personajes reflejan a la perfección la corrupción que llevan dentro pese a ser los supuestos héroes de esta historia, algo que no es lógico en el cine de acción pero que se agradece en esta ocasión, ya que es lo que el autor del libro imaginó desde el principio. También es de destacar el personaje interpretado por Luke Evans (Bardo, el Arquero) que apenas aparece en pantalla pero que estamos seguros tendrá un papel primordial en la tercera entrega.

Poco se puede decir de Orlando Bloom (Légolas), cuya presencia es del todo innecesaria ya que no ocupa lugar en el libro y ni siquiera ha sido incluido en la película porque resulte interesante. Lo único que hizo reír al público, eso sí, fue el hecho de que se mencionara al enano Gimli (su futuro mejor amigo). En cuanto al personaje de Turiel, interpretado por Evangeline Lilly, poco aporta a esta historia ya que es sacado totalmente de la imaginación de Jackson, algo que no ha gustado a todos los fans de esta saga.

Lo mejor: El dragón Smaug (Benedict Cumberbatch). Por fin Bilbo se enfrenta a un adversario carismático, casi de la talla del gran Gollum (Andy Serkis), al que Jackson dota como un verdadero personaje antagonista que merece la pena. Los efectos visuales con los que se creó el dragón, junto con todos los que conforman la película, son lo mejor que se les podía haber ocurrido para resolver esta trama con un final satisfactorio y que consigue dejarte con ganas de más.

Lo peor: Una historia no muy complicada que el equipo de Peter Jackson ha enredado demasiado para ponernos en antecedentes de una verdadera trilogía como fue 'El Señor de los anillos'. Y es que si Tolkien lo imagino de una forma tan breve por algo sería, ¿no creéis?



Os dejo este regalazo que Ed Sheeran ha creado especialmente para 'El Hobbit: La desolación de Smaug'


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